sábado, 22 de septiembre de 2012

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Carrillo y Paracuellos: "Que intercedan por él los que por él fueron mártires de Cristo"

Paracuellos es un lugar clave para la Iglesia. El lugar con más santos por metro cuadrado. La muerte de Carrillo vuelve a poner en valor este lugar.

Cementerio de los mártires de Paracuellos | Elentir
JAVIER LOZANO  
Con la muerte de Santiago Carrillo ha vuelto a relucir un asunto más que espinoso en su historial, pero muy relevante para la Iglesia Católica: Paracuellos del Jarama. Este es la localidad madrileña en la que el entonces dirigente comunista habría ordenado, según los estudios, una matanza sin parangón durante la Guerra Civil. Tierra que, sin embargo, ahora es una tierra regada por la sangre de los santos, la "catedral de mártires más importante del mundo", tal y como lo definió el obispo de Alcalá de Henares, monseñor Reig Plá.
De esta manera, se manifestaba el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, a través de su Twitter, cuando conoció la muerte del comunista: "una vida inmisericorde se encuentra con Dios misericordioso. RIP Carrillo, y que intercedan por él los que por él fueron mártires de Cristo".
Curiosamente han pasado 75 años desde que se produjera esta matanza que ha llevado ya a los altares a decenas de sacerdotes y laicos además de los muchos más que van por esta senda. La Iglesia española ya celebra la festividad litúrgica de la memoria por los mártires de la persecución española. Y en Paracuellos hay mucho de esa otra "memoria histórica" muchas veces olvidada.
Según los datos facilitados por el Obispado de Alcalá, al que pertenece esta localidad, murieron en el conocido paraje del Arroyo de San José miles de personas entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, una auténtica masacre.

"Es bueno no olvidar esta tragedia"

De este lugar santo ya han salido 119 beatificados. Unos por Juan Pablo II y otros por Benedicto XVI junto a otros cientos de mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX. En los archivos del obispado se afirma que entre los miles de asesinados había seminaristas y sacerdotes de al menos ocho diócesis: Madrid, Toledo, Getafe, Ciudad Rodrigo, Jaén, Lugo, Alcalá de Henares y del arzobispado castrense.
Del mismo modo también reposan en el lugar los restos de cientos de religiosos de hasta 20 órdenes distintas. Allí fueron asesinados religiosos dominicos, agustinos, capuchinos, carmelitas descalzos, claretianos, escolapios, franciscanos, hermanos de la Escuelas Cristianas, hospitalarios de San Juan de Dios, jerónimos, jesuitas, marianistas, maristas, misioneros oblatos, paúles, pasionistas, redentoristas, de los sagrados corazones de Jesús y María y salesianos. Igualmente, en estas tierras descansan cientos de laicos de movimientos como Acción Católica o la Adoración Nocturna que dieron su vida por la fe.
En la última beatificación de religiosos oblatos, de los cuales 15 murieron en Paracuellos, el enviado del Papa, el cardenal Angelo Amato, aseguró que "todos los religiosos fueron detenidos sin proceso, ni pruebas, ni posibilidad de defenderse...Por tanto, es bueno no olvidar esta tragedia y no olvidar tampoco la reacción de nuestros mártires a los gestos malvados de sus asesinos. Respondieron rezando, perdonándoles, y aceptando con fortaleza la muerte por amor a Jesús".

Un ejemplo para los jóvenes

La Iglesia no quiere olvidar a estos mártires sino que son puestos como ejemplo de entrega a Dios y por ello se les recuerda y conmemora. También los jóvenes deben saber qué paso y conocer la historia de estas personas que les precedieron en la fe.
Para ello, durante la pasada Jornada Mundial de la Juventud en Madrid numerosos grupos de peregrinos que iban camino de la capital de España pasaron por Paracuellos y visitaron el cementerio de los mártires. Allí conocieron los hechos, rezaron ante las tumbas de tantos beatos y mártires y celebraron misa en recuerdo a ellos. "Los verdugos fueron olvidados, sin embargo, las víctimas inocentes son recordadas", afirmaba el cardenal Amato.
(Peregrinos escuchan a un historiador en el cementerio de los mártires)

La otra memoria histórica

La persecución religiosa en España todavía tiene testigos vivos por lo que no hay que remontarse siglos atrás para hablar de las barbaries que es capaz de hacer el ser humano. Se cuentan en más de 10.000 los mártires durante la Guerra Civil en el que un porcentaje muy importante del clero fue asesinado.
En este tiempo ejecutaron a doce obispos, entre ellos el de Barcelona. Todos menos uno murieron al inicio de la contienda. A esta cifra habría que sumar 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y 283 monjas. Los seglares que fueron asesinados a causa de su fe ascienden a 3.000.
Por poner sólo un ejemplo, el actual obispo de Barbastro, Alfonso Milián, recuerda las palabras de Juan Pablo II cuando habló de cómo todos los miembros del seminario de esta pequeña Diócesis fueron asesinados. "¡Todo un seminario mártir!", exclamó el Pontífice, ahora también beato.
Esta pequeña diócesis también tiene a su obispo mártir, monseñorFlorentino Asensio, cuya muerte fue de una crueldad inimaginable. Una vez detenido y encarcelado fue trasladado el 8 de agosto de 1936 a una celda del Ayuntamiento. Fue sometido a todo tipo de vergonzantes vejaciones hasta el punto de cortarle los genitales en medio de las risas de todos los presentes. Mientras le empujaban le decían: "no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo". La respuesta de este obispo no pudo ser más clara: "Si, y allí rezaré por vosotros". Sus asesinos, poco antes de arrojarle a la fosa común, le robaron su ropa y sus zapatos y le arrancaron los dientes.

martes, 18 de septiembre de 2012

Pequeño saquete de maldades

http://www.libertaddigital.com/opinion/cesar-vidal/pequeno-saquete-de-maldades-65648/

De esa manera calificó Felipe González a Santiago Carrillo en aquellos años de la Transición tan idealizados, y que con sus polvos nos trajeron los lodos en que ahora estamos enfangados. Felipe González, por supuesto, menospreciaba al adversario y, en especial, mostraba su resentimiento consustancial hacia alguien que le podía haber causado un daño enorme.

Carrillo procedía del PSOE, donde había entrado bajo los auspicios de su padre, Wenceslao, un socialista histórico, y de Largo Caballero, el Lenin español. Sin embargo, el joven Santiago se percató desde muy pronto de que aquel PSOE no iría muy lejos en el camino de la revolución proletaria. En 1934, el retrato que aparecía, lustroso y revelador, en el despacho de Carrillo no era otro que el de Stalin, el hombre que modelaría su vida. Cuando, en octubre de ese año, el PSOE, apoyado en los nacionalistas catalanes, se alzó en armas contra el Gobierno de la República, Carrillo se hallaba entre los golpistas, pero no dio –según contaron sus compañeros de filas– muestras de valor físico. Incluso alguno se atrevió a acusarlo de haber sufrido descomposición intestinal. Fuera como fuese, Carrillo corrió a esconderse, pero acabó dando con sus huesos, brevemente, en la cárcel. Salió con la victoria del Frente Popular, y a esas alturas ya era un submarino del PCE que procedió a unificar las juventudes socialistas y comunistas bajo el control de Moscú.

De su paso por la guerra, su camarada Líster diría que "nunca asomó la gaita por un frente". Era cierto, pero no fue la suya la labor típica del emboscado. Por el contrario, convertido en el equivalente al ministro del Interior de la Junta de Madrid, llevó a cabo las matanzas de Paracuellos. El tema es discutido aún por algún apologista de la izquierda, pero hace años que Dimitrov y Stepanov zanjaron la cuestión atribuyendo directamente a Carrillo el mérito de las matanzas masivas en la retaguardia. Tampoco él lo ocultó durante años. Carlos Semprún refirió al autor de estas líneas cómo Carrillo reconocía en privado que los asesinatos en masa se habían debido a sus órdenes, aunque lo hacía sin jactancia, explicando que la guerra era así.

Cuando concluyó el conflicto, Carrillo formaba parte de los comunistas fanatizados aún creían en que Stalin descendería comodeus ex machina para arrebatar el triunfo militar a Franco. Con el despiste de no comprender lo sucedido y el ansia de ajustar las cuentas a todos, escribió una carta memorable a su padre, uno de los alzados contra Negrín en el golpe de estado de Casado, carta en la que renegaba de su condición de hijo y afirmaba que, de estar en su mano, lo mataría. Su progenitor le envió una respuesta que haría llorar a las piedras, disculpando a Carrillo y atribuyendo el episodio a Stalin. Los comunistas se habían batido como nadie contra Franco, pero, a la sazón, no pasaban de ser un montón de juguetes rotos, niños de la guerra incluidos. Stalin colocó a Pasionaria al frente del PCE, más por su servilismo que por su inexistente talento; a un desengañado Díaz se lo quitó de en medio en un episodio que nunca se supo si era suicidio o asesinato, y comenzó a buscar a alguien totalmente desprovisto de escrúpulos para encabezar el PCE futuro.

A Carrillo le tocó la lotería del dictador georgiano simplemente porque reunía todas las cualidades: amoralidad, ausencia de afectos naturales, sumisión absoluta a Moscú, disposición a derramar sangre si así se le ordenaba... Décadas después, tras un programa de televisión en que participamos ambos, Jorge Semprún me diría que Carrillo era el único superviviente de aquella generación y que se iría con sus secretos a la tumba. No se equivocó. A cambio de ser el que tuviera las riendas del poder, Carrillo firmó un pacto absolutamente fáustico con Stalin en el que la sangre la pusieron otros.

Antes de acabar la guerra mundial, Carrillo desencadenó la estúpida operación de conquista del valle de Arán pensando que podría lograr en España lo que el PCI había conseguido en Italia o el PCF pretendía conseguir en Francia. Pero Carrillo no era Togliatti y las hazañas se limitaron a fusilar a unos pocos párrocos indefensos y a llamar a la sublevación armada a unas poblaciones hartas de guerra. El fracaso, a la staliniana, tenía que contar con responsables que cargaran con él como adecuados Cirineos. Así fue. Carrillo ordenó el asesinato de los presuntos culpables del desastre a manos de sus propios camaradas. Repetiría esa conducta una y otra vez, infamando a camaradas entregados como Quiñones o Comorera simplemente para que quedara claro que él no se equivocaba y que si los resultados no eran los esperados se debía a los traidores infiltrados. Y, sin embargo, ¿quién sabe? Carrillo y sus seguidores cercanos eran tan obtusos que, quizá, en lugar de chivos expiatorios de la ambición, las víctimas sólo fueron las paganas de la roma mentalidad de los comunistas. Así, nunca se sabrá si Grimau cayó en manos de la policía franquista porque Carrillo deseaba deshacerse de él o simplemente porque el PCE no daba más de sí.

La invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos enfrentó a Carrillo por vez primera con unas bases que no veían bien cómo legitimar una acción así simplemente porque derivara de las órdenes de Moscú. Apoyándose en Claudín, antiguo compañero de la guerra, y Semprún, el intelectual del PCE por eso de que, al menos, sabía idiomas, Carrillo adelantó las líneas maestras de una cierta renovación ideológica –no mucha– dentro del PCE. Semejante paso no significaba ni que fuera más flexible ni que tuviera intención de ceder el poder. En una secuencia extraordinaria de ¡Viva la clase media!, un José Luis Garci actor ponía de manifiesto cómo todos los activistas del PCE en España eran, a fin de cuentas, cuatro y el de la vietnamita, y la famosa huelga general pacífica que derribaría a Franco no pasaba de ser un delirio basado en el desconocimiento de la España que se pensaba redimir. Eran como los testigos de Jehová a la espera del fin del mundo, sólo que ellos esperaban que el paraíso vendría por la acción de unas masas entregadas al fútbol y a la televisión.

En un intento de cambiar el rumbo porque era obvio que Franco se iba a morir en la cama, Claudín y Semprún realizaron un nuevo análisis marxista de lo que sucedía. Carrillo hizo que los expulsaran del PCE tras una tormentosa reunión celebrada –y grabada– en el este de Europa, y en la que tuvieron que escuchar cómo Pasionaria, que sabía leer y escribir lo justito, los calificaba, a ellos, cabezas pensantes del partido, de "cabezas de chorlito". En adelante, Carrillo –retratado magníficamente en la Autobiografía de Federico Sánchez de Semprún– se dedicó a esperar el "hecho biológico" de la muerte de Franco mientras disfrutaba de la sofisticada hospitalidad de dictadores como Ceausescu e intentaba que los prosoviéticos como Ignacio Gallego o Julio Anguita –al que con muy mala baba calificó de "compañero de viaje"– no le estropearan el festín.

De regreso a España, soñó –nunca mejor dicho– con llegar a un "pacto histórico" con Suárez que le permitiera convertir al PCE en la fuerza hegemónica de la izquierda. Pero la España de los setenta no era la Italia de los cuarenta. Estados Unidos decidió que la izquierda fetén no podía ser un PCE que propalaba un eurocomunismococinado en las zahúrdas del KGB y, a través de Alemania, se dedicó a financiar al PSOE de un joven abogado sevillano que respondía al nombre clandestino de Isidoro.

En su intento por lograr lo imposible y además por someter el PCE a su control stalinista, Carrillo sólo consiguió soliviantar a unos militantes del interior que, más allá del mito, encontraron totalmente insoportables a los comunistas regresados. En los años siguientes, aquellos comunistas se pasarían en masa al PSOE y al nacionalismo catalán –en ocasiones, a ambos–, buscando una iglesia más sólida y caritativa que la comunista.

Las derrotas electorales –la testarudez de los hechos que decía Lenin– obligaron a Carrillo a abandonar la Secretaría General de un PCE ya destruido –¡gracias de parte de todos los demócratas, Santiago!– mucho antes de que se desplomara el Muro de Berlín. Amagó con regresar al PSOE, insistió en que era comunista hasta la muerte y, por encima de todo, sufrió la conversión en espectro sin haber muerto. Ese fantasma, solo o en compañía de personajes emblemáticos de la izquierda como Leire Pajín, siguió apareciendo como quejumbroso contertulio de radios y engañador en memorias que, en la época de ZP, apoyó desde el pacto con los terroristas hasta la ley de memoria histórica, seguramente soñando con ganar de una vez las mil y una batallas que perdió a lo largo de su dilatada vida.

Al final, como señaló Solzhenitsyn en las páginas de conclusión dePabellón de cáncer, desapareció de la Historia. Por desgracia, como también señaló el disidente ruso, lo hizo después de haber causado la desgracia de millares de personas.

http://www.libertaddigital.com/sociedad/las-pruebas-contra-carrillo-1276342934/

Las pruebas contra Carrillo en Paracuellos

Después de décadas de debate, el ensayo de César Vidal Paracuellos-Katyn arrojó luz sobre la responsabilidad de Carrillo en la matanza de Paracuellos.

LIBERTAD DIGITAL

Santiago Carrillo no es el único que tuvo responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama (Madrid) en otoño de 1936 (4.200 asesinados totalmente identificados) pero la investigación histórica que realiza César Vidal en Paracuellos-Katyn (Libros Libres 2005) aporta datos esclarecedores sobre la implicación directa de Carrillo en estos horribles crímenes. En el momento de la matanza, Carrillo era responsable de seguridad de la Junta de Madrid.

Vidal explica que "ninguno de los que supieron, en noviembre de 1936 lo que estaba sucedieron" tuvieron dudas sobre "la responsabilidad ejecutora" de Carrillo en la matanza. Entre los textos que apuntan en esta dirección destaca el del nacionalista vascoJesús de Galíndez –fue asesor de la Dirección General de Prisiones cuando el también peneuvista Manuel de Irujo fue nombrado Ministro de Justicia de la Segunda República– escribió en 1945 en sus memorias del asedio de Madrid:

El mismo día 6 de noviembre se decide la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el orden público. La trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad. En la noche del 6 de noviembre fueron minuciosamente revisadas las fichas de unos seiscientos presos de la cárcel Modelo y, comprobada su condición de fascistas, fueron ejecutados en el pueblecito de Paracuellos del Jarama. Dos noches después otros cuatrocientos. Total 1.020. En días sucesivos la limpieza siguió hasta el 4 de diciembre. Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público. (J. de Galíndez Suárez, Los vascos en el Madrid sitiado)

La responsabilidad directa de Carrillo en estos millares de crímenes fue confirmada de manera irrefutable tras la apertura de los archivos de la antigua Unión Soviética. César Vidal recoge un documento de enrome importancia escrito a mano por Gueorgui Dimitrov, líder en ese tiempo de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. En el texto, escrito el 30 de julio de 1937, informa de la manera en que prosigue el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popular. La referencia a las matanzas de Carrillo aparece en relación con las críticas al ministro peneuvista de Justicia, Manuel de Irujo:

Pasemos ahora a Irujo. Es una nacionalista casco, católico. Es un buen jesuita, digno discípulo de Ignacio de Loyola (...). Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el años pasado trataron con brutalidad a los presos fascistas en agosto, septiembre, octubre y noviembre. Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del gobierno republicano, ha iniciado una investigación contra los comunistas, socialistas y anarquistas que trataron con brutalidad a los presos fascistas. (...) Irujo está haciendo todo lo posible e imposible para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios que se celebran contra ellos.

Pero, como explica César Vidal en su investigación, otro agente de Stalin, Stoyán Mínev Stepanov, delegado en España de la Komitern de 1937 a 1939, redactaba en abril de 1939 un informe sobre las causas de la derrota en España. En él también mencionaba a Carrilo de forma reveladora, al hablar de la resistencia que había plantado el PSOE tras al avance del PCE: "Provocan la persecución contra muchos comunistas (incluso también contra Carrillo) por la represión arbitraria de los fascistas en otoño de 1936". Lo que demuestra que la responsabilidad de Carrillo no sólo era conocida por el PCE y los agentes de Stalin, sino que también fue utilizada por el PSOE para frenar el avance del PCE en el seno de la guerra interna del Frente Popular.

Además de estas pruebas, ya en la época de la Transición un antiguo miliciano denominado El Estudiante que asegura que acompañó a Carrillo en sus tareas represivas, escribió una carta al ex dirigente comunista que en su momento no tuvo eco en la prensa por las ansias de reconciliación que presidían la Transición. Sí se publicó una entrevista en un diario de la época en la que se reafirmaba del contenido de la carta e, incluso, aparecía llorando en fotografías de los lugares donde , según su testimonio, Carrillo perpetró sus crímenes

En la carta, El Estudiante dice:

Hoy soy vecino de Aranjuez, tengo 65 años y en el año 1936 fui enterrador del cementerio de Paracuellos del Jarama. También estuve en la checa de la Escuadrilla del Amanecer, de la calle Marqués de Cubas 17 de Madrid, donde presencié los mas (sic) horrendos martirios y crímenes (sic). También estuve en el cuartel de asalto de la calle Pontones donde tú, Santiago Carrillo, mandabas realizar toda clase de martirios y ejecuciones de la checa de tu mando. Yo soy el pionero al que llamabas, el estudiante, que llevaba la correspondencia de las distintas checas a cambio de la comida que me dabais. ¿Me recuerdas ahora, Santiago Carrillo? ¿Te acuerdas cuando tú, acompañado de la miliciana Sagrario Ramírez, Santiago Escalona y Ramírez Roiz, alias el Pancho, en la carretera de Fuencarral km 5, el día 24 de agosto de 1936, siete de la mañana, asesinasteis al Duque de Veragua, que tú, Santiago Carrillo, madasteis (sic) que le quitaran el anillo de oro con piedras preciosas; y recuerdas que no se lo podian (sic) quitar y tú, Santiago Carrillo ordenastes (sic) que le coartaran el dedo; recuerdas, Santiago Carrillo, la noche que fuisteis a la checa de Fomento con tu coche Ford M-984 conducido por el comunista Juan Llascu y los chequistas Manuel Domicris, el Valiente, y el guarda de asalto José Bartolomé, y que entonces en el sotano (sic)mandastes(sic) quemar los pechos de la monja sor Felisadel Convento de las Maravillas de la calle de Bravo Murillo, y que así lo hizo el Valiente, con un cigarro puro. Esto sucedió el día 29 de agosto a las tres de la madrugada.

Información extraída del ensayo de César Vidal Paracuellos-Katyn, Libros Libres, 2005.



La masacre de Paracuellos de Jarama
http://www.youtube.com/watch?v=JPR5p0wIk4E

Paracuellos toda la verdad
http://www.youtube.com/watch?v=ycRtkAweMqU&feature=related

La Matanza de Paracuellos
http://www.youtube.com/watch?v=S43sy07j48I&feature=related

viernes, 4 de mayo de 2012

http://libros.libertaddigital.com/el-terror-en-madrid-antes-durante-y-despues-de-paracuellos-1276240113.html


GUERRA CIVIL

El terror en Madrid, antes, durante y después de Paracuellos

Por José Carlos Rodríguez

El terror en la retaguardia durante la guerra española sigue siendo una cuestión abierta. Tan es así que el anterior Gobierno hizo de ella un instrumento político. Pero también lo es desde el punto de vista histórico, como demuestra el hecho de que se siguen haciendo aportaciones valiosas. La última es El terror rojo, de Julius Ruiz.

Esa improbable combinación entre el nombre y el apellido se debe a que este hispanista británico es de origen español. El autor le agradece a su padre no ya el conocimiento de nuestro idioma, sino el interés por la historia de nuestro país. Un interés que se ha centrado en la represión de retaguardia y en la del primer franquismo. A este último asunto le ha dedicado un libro, editado por Oxford University Press.

¿Cómo refleja el autor el terror rojo que anuncia en el título? Por comenzar por lo más llamativo, Ruiz sostiene que los paseos con que los milicianos conducían a la muerte a millares de madrileños fue un fenómeno similar al registrado en el mundo del hampa norteamericano de aquellos años, reflejado en las películas de entonces, que por supuesto se veían también en Madrid. Ese fue el modelo, dice Ruiz, más que las checas, palabra que los republicanos de entonces, afirma, no utilizaban.

El asesinato de Calvo-Sotelo, el detonante del alzamiento, contiene según Ruiz todos los elementos que luego se repetirán en los siniestros paseos:

En primer lugar, lo llevó a cabo una brigada mezcla de policías y milicias. (...) En segundo lugar, [el asesinado] fue víctima del gangsterismo: lo llevaron a dar un paseo en el asiento trasero de una camioneta de la Policía y se deshicieron de su cadáver en el cementerio de la ciudad. En tercer lugar, los dirigentes socialistas proporcionaron protección política a los autores del asesinato.

El Gobierno de Giral repartió armas entre el pueblo, que es el eufemismo con que la izquierda se refiere a las organizaciones políticas autorizadas. Pero recibieron una cantidad pequeña en comparación con la que obtuvieron por otros medios. Con ellas recorrieron las calles, acudieron a comercios y viviendas, en busca de fascistas. Ruiz describe, con cierto detalle, cómo campaban por sus respetos quienes perpetraban esta violencia espontánea, mientras el Gobierno limpiaba las fuerzas del orden de desafectos y creaba una estructura que proporcionase seguridad frente al enemigo interior.

De la detención a la ejecución muchas veces no había paso intermedio alguno, sólo apenas unas horas. Los responsables del Gobierno intentaron, paso a paso, ejercer control sobre el terror. La situación era alarmante. El 25 de julio el alcalde ordenó a los médicos que no realizaran más autopsias a los cuerpos arrojados a las calles, debido a su "gran aglomeración", sino que se limitaran a "certificar la defunción". El ambiente está captado por estas palabras de Buñuel, sacadas de sus memorias:

La mayoría de los coches llevaba un par de colchones atados al capó para protegerse de los disparos. Era peligroso hasta sacar la mano para indicar un giro, puesto que este gesto podría ser interpretado como un saludo fascista y hacer que recibieras una rápida ráfaga de disparos.

La violencia/justicia/seguridad revolucionaria corría a cargo por un lado del Gobierno y por otro de los partidos. Las relaciones entre éstos y aquél no siempre fueron fluidas; de hecho, un factor muy importante en el desarrollo de los acontecimientos fue el miedo de las autoridades a enfrentarse alpueblo. Las detenciones que practicaban los miembros de los distintos partidos de izquierda acabaron creando el problema de las prisiones. Y a tal aumento de la población reclusa se le buscó una trágica solución.

El Comité Provincial de Investigación Pública, el CPIP, controlado por los partidos, practicaba detenciones pero también hacía las veces de tribunal revolucionario. En el CPIP estaban todos, empezando por la gente de Izquierda Republicana y Unión Republicana: Ruiz nos advierte de que no debemos pensar que fueron menos crueles que otros.

El CPIP fue el centro de la represión roja en Madrid. Nadie pudo jamás acabar con las ejecuciones extrajudiciales. "La magnitud del CPIP indica la legitimidad de la que disfrutaba en el Madrid antifascista", dice el autor. A finales de agosto decía Luis Araquistaín, lo más cercano a un intelectual dentro del caballerismo:

Todavía [se tardará] algún tiempo en barrer de todo el país a los sediciosos. La limpia va a ser tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio.

Para finales de octubre, "un mínimo de 4.000 personas habían sido detenidas, si no asesinadas, por el CPIP".

¿Qué juicio merece la posición de los responsables republicanos ante esta maquinaria de represión de ciudadanos desafectos? De nuevo Ruiz:

La red de asesinatos, aunque no estaba basada en ningún plan, fue forjada por organizaciones del Frente Popular en conjunción con una Dirección General de Seguridad que ya había sufrido una purga. El centro fue el Comité Provincial de Investigación Pública, una organización oficialmente consentida, que proporcionaba justicia las veinticuatro horas del día. Aun así, hubo denuncias de violencia incontrolada procedentes de líderes de la izquierda a lo largo del verano de 1936. ¿Podría haberse creado esa red de terror sin su aprobación?

Todo lo anterior fue antes de que comenzasen las matanzas de Paracuellos. El relato se apega a las razones y los avatares de las sacas masivas. Que Ruiz identifica con los paseíllos, sólo que no en rápidos y modernos coches, sino en autobuses de dos pisos.

¿Ordenó el Ejecutivo que la Dirección General de Seguridad pusiese en marcha Paracuellos?

No hubo directivas del Gobierno para que se realizaran esas matanzas, pero los ministros clave aceptaron la solución de CPIP para el problema de las prisiones. Aquello no fue sólo pecar por omisión. Aunque el CPIP actuó por propia iniciativa, recibió la legitimación retrospectiva por sus acciones de manos de Ángel Galarza y Manuel Muñoz en forma de órdenes de la DGS de evacuación. Dicho de otro modo, el ministro de la Gobernación y su Dirección General de Seguridad mantuvieron una atmósfera permisiva que dejó que las sacas continuaran sin obstáculos hasta el 6 de noviembre.

¿Y cuál es, finalmente, la responsabilidad de Santiago Carrillo? Ruiz no alberga la menor duda, y aporta un argumento muy interesante:

La distribución espacial del poder dentro de la Consejería de Orden Público indica que la ignorancia de su jefe fue poco probable. El despacho de Carrillo se encontraba en un palacete en la esquina de la calle Lista con Núñez de Balboa que antes de la guerra pertenecía al financiero Juan March. Situado en el corazón del barrio de Salamanca, estaba a unos minutos de la cárcel de Porlier y de las oficinas del Consejo de Investigación de la DGS de Poncela, situado en un edificio ministerial de la calle Serrano número 37. La comandancia de las MVR, la principal fuente de mano de obra para las sacas masivas, se encontraba seis portales más adelante. La proximidad geográfica de los centros neurálgicos de poder de la Consejería da credibilidad a la afirmación de Torrecilla de que Carrillo se reunía a diario con Poncela para hablar sobre la labor del Consejo de Investigación. Fue revelador que Carrillo le contara a Gibson por error, en septiembre de 1982, que trabajaba desde la calle de Serrano número 37, la base del Consejo de Investigación.

Ruiz muestra, en definitiva, cómo la violencia, ejercida desde los partidos de izquierda con sus propias fuerzas o en colaboración con el Estado, se dio desde el primer momento y a gran escala, antes incluso de Paracuellos. Y que si terminó fue porque la escala de las matanzas hacía ya imposible su ocultación a los países a los que se solicitaba apoyo. Además, enmarca tal violencia en el esfuerzo de guerra, en la convicción izquierdista de que había una peligrosa quinta columna derechista que podría conspirar con el ejército de Franco, que cercaba la capital.

El terror rojo es una gran contribución a la comprensión de este período y de la represión en el Madrid republicano. Pero tiene carencias. La explicación de la violencia como parte del esfuerzo de guerra es insuficiente. ¿Por qué se dio tan pronto y a tal escala? ¿Qué significado tienen los testimonios que hablan de "limpiar" la retaguardia como paso necesario para la reforma social? ¿Por qué la izquierda era violenta desde mucho antes de que empezara la guerra? Tales carencias, ya señaladas por Pío Moa, tendrá que suplirlas el lector con otras referencias. Pero no por ello renuncie a recorrer estas páginas si nuestra última guerra civil le resulta de interés.

JULIUS RUIZ: EL TERROR ROJO. Espasa (Madrid), 2012, 480 páginas. Traducción de Jesús de la Torre.